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El turismo cannábico va dejando de ser un nicho para transformarse en una industria mundial pujante: ya generó más de US$ 17.000 millones en 2022 y podría superar los US$ 23.000 millones hacia 2030. Se trata de una tendencia que mezcla viajes, cultura, bienestar, hotelería especializada, gastronomía, experiencias sensoriales, recorridos por plantaciones, spas, retiros, destinos que combinan lo natural con lo legal.

Para quienes soñamos con regular el cannabis, esta oleada no sólo implica ingresos: abre espacios para emprendedurías locales, creación de valor agregado, más empleo, y una oportunidad para que las normativas evolucionen junto a las prácticas. En muchos países la oferta se está adaptando: hoteles boutique, productos gastronómicos derivados, experiencias de consumo regulado, visitas guiadas, turismo rural cannábico, etcétera. 

Pero ojo: para explotar este mercado se necesita regulación clara, presencia estatal, garantías legales, control de calidad, y respeto a los derechos de quienes consumen, producen o simplemente visitan. El turismo cannábico debe ir acompañado de políticas públicas que aseguren seguridad, sanidad, y que queden fuera de la clandestinidad y del estigma.

Este es el momento de mirar más allá de lo prohibido: de imaginar rutas verdes, empresas innovadoras y comunidades que se beneficien.